martes, 14 de octubre de 2014

Mónica “La Gata” Acosta y su pasion por el pugilismo

Defenderse a las piñas. Golpear para que dejen de golpearte. Poner el cuerpo para acabar con la violencia. Mónica “La Gata” Acosta hizo todo eso y descubrió en el boxeo algo más que una trinchera. “Creo que empecé a boxear para devolver con la misma moneda, sí. Al principio, cuando me subía al ring, pensaba en situaciones que me tocó vivir y decía ‘vos vas a pagar’. Canalizaba ahí todo mi odio.”

Para ella los hombres eran todos iguales. No había conocido otra cosa. Un padre golpeador. Un cuñado violento. Un novio machista, cobarde, maltratador. “A los 14 años me puse de novia, fue mi primer amor adolescente. Al poquito tiempo empezó la agresividad. Él se volvió posesivo, celoso y yo me sentía culpable. No fui al viaje de egresados, dejé de estar con mis amigas. Pensaba que cediendo iba a lograr que él cambiara, pero no. En realidad, él iba ganando terreno. Cuando cumplí los 15 me fui de casa y entonces me tomó como si yo fuera de su propiedad; empezó a manejarme completamente. Tenía que pedirle permiso para todo, era un carcelero”.

La cuestión es que un día Mónica se calzó los guantes, y no para lavar los platos. En terapia esto sería sublimación, pero al colectivo feminista le gusta hablar de “empoderamiento”. Si cada piña significó una reparación, cuánto debió haber sufrido esta mujer que muestra dos cinturones de campeona del mundo en la categoría superligero (AMB y CMB), que en el ring es “La Gata” y que hoy, a los 34 años, acumula 52 peleas, 19 de ellas como profesional y está invicta, con 17 triunfos (tres por KO) y dos empates.  dos derrota.


¿En qué momento se te ocurre que el boxeo puede ser tu manera de salvarte?

En realidad, ya llevaba casi seis años de noviazgo, y mucho tiempo de maltrato, cuando empecé a boxear. Él me agredía por cualquier cosa: por mi manera de vestirme, de hablar, de peinarme, por mi forma de ser. Me llegó a pegar con el puño cerrado, patadas, tirones de pelo. Según el lugar y el motivo que desatara la pelea, era el castigo. Gracias al boxeo pude armar mi propio escudo. No tengo gran técnica, no soy una noqueadora, pero trabajo duro y me sobra temperamento para pelearle a quien sea. Así logré plantarme y decir ‘vos a mí no me tocás’. Eso fue liberador.


¿Qué te hizo decir basta?

Fue durante un impasse en la relación que, por un tema físico mío, arranqué en el gimnasio. Al poco tiempo volví con este pibe. Un día que estábamos discutiendo de nuevo y me agredió, yo le puse una mano en medio de los ojos. Él se quedó helado. En ese momento entendí que yo podía defenderme y mi cabeza hizo un click. No pasó mucho hasta que lo dejé definitivamente. Fue la única vez que me pegó en la calle, al punto que casi quedo desvanecida. Cuando salí del trabajo me estaba esperando, había gente delante y no le importó nada. Un policía que vio la paliza me salió de testigo y logré una prohibición de acercarse. Tuve que luchar mucho, incluso contra mis propios impulsos, para no ir a buscarlo… Para no volver con él.

¿Qué pasa con la feminidad de una boxeadora?

A mí me gusta quedar marcada en un guanteo. Me gusta la marca, me apasiona. Mi manera avasalladora de ir al frente y aguantar hasta el último round es una característica propia. Pero después me gusta estar bien arreglada, incluso con ropa exuberante. No me siento para nada una machona. Es más, creo que para subirnos al ring todas nosotras nos preparamos, no solo físicamente, cuidamos el peinado, la ropa, y cada detalle estético.


¿Qué tiene este deporte que logró cambiarte la cabeza?

A mí me permitió salir adelante. El boxeo me brindó el apoyo y la contención que había perdido. Creo que también fue el hecho de soñar que se puede, estando en lo más bajo, llegar a lo más alto. Y saber que dependés de vos, que es con tus fuerzas, con tu valor, eso levanta la autoestima. A mí me costó mucho creer que era posible armar mi propia familia, tener un hogar basado en el amor, donde no haya violencia. Después llego Lautaro (su hijo) y Roberto (Arrieta, campeón sudamericano superpluma).

Y te fuiste a buscar un marido boxeador…

A Roberto lo conocí en un gimnasio, en un cambio de técnico. A él nunca le gustó el boxeo femenino. Sin embargo, al verme golpeando una bolsa muy dura, me dijo: ‘Por fin viene una mujer a la que le gusta trabajar en serio’. Me tocó el ego… ¡Era el mejor piropo que podían decirme!

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